Los inicios de Ajoblanco tenían su misión dentro de la transición del país. Actualmente, en una sociedad acomodada, editar un nuevo formato de Ajoblanco, puede parecer una no necesidad. Pero si hacemos hincapié a la realidad cultural, realmente es absolutamente obligatoria su publicación.
La cultura actual carece de verdad, a no ser que se la encaje dentro de un uso industrial. Arte monetario donde las galerías vuelven al acecho con sus comisiones y misiones vacuas. Los artistas no tienen sentido dentro del mundo de la expresión de escaparate.
La buena noticia es el arte contemporáneo alternativo, han perdurado fuera de las grandes urbes, reinventadóse de manera natural y con todo el pulmón lleno de esencia y realidad. Lugares que no se ciñen por las estadísticas de público, sinó por la experimentación y evolución.
Hará falta encajar el puñetazo que recibirán los espacios de arte sedentarios, por parte del público, el cual está cada vez más deseoso de proyectos reales, alejados del negocio de los museos o cultura folclórica.
Es necesario y obligatorio realizar una revisión estructural de la misión y interpretación de los centros de arte, de los mismos artistas, así como del modelo caduco institucional. El siglo XX nos ha dejado cantidad de espacios cementerios, casposos políticos y cultura que carece de sentido, apagando así su significado.
De este modo, la publicación de un nuevo Ajoblanco, dotará de credibilidad y renacerá un nuevo enfoque, con criterio, llegando directamente a la mano de la sociedad, desde donde se volverán a sentir como suya la cultura. Escuelas, universidades, los vecinos del pueblo, todos, necesitan culturizarse sin esquemas preconcebidos por un esteticismo echo a medida y masificados.
La cultura está obligada a vivir en un abismo. La dificultad curtida y el criterio. La aparición de Ajoblanco es la explosión de un basta ya, aire fresco pero con fuerza.
Foto: Pep Espelt
