Hoy y en las próximas semanas compartiremos con vosostrxs un recopilatorio de artículos de la segunda época de Ajoblanco firmados por Kevin Power, crítico de arte, poeta, traductor, editor y catedrático de literatura.
Ajoblanco nº 43, 07-08.1992
Las exposiciones de Dix en Londres, y de Grosz en Valencia nos permiten hacernos una ligera idea de lo que estaba en el candelero en Alemania durante los tumultuosos años de la República de Weimar; la Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad) era a la vez una actitud ante la realidad y una estética.
La Neue Sachlichkeit surgió durante la postguerra de la I Guerra Mundial. Llamaba la atención críticamente ante la brutalidad la destrucción y la degeneración que la guerra había dejado tras de sí. Desarrollaba un estilo incisivo y descarnado, intentando provocar el vómito. Había perdido la fe, pero tenía buen cuidado en evitar el abyecto cinismo.
Dada la ola mortífera que se extendía ante sus ojos, ¿qué tenían que hacer, por ejemplo, ante textos como Respecto a lo espiritual en el arte, de Kandinsky? ¿Cómo tenían que reaccionar frente a tales propuestas, frente a la codicia de poder y la hinchada mediocridad de la clase dominante, frente a la crueldad, el egoísmo y la intolerancia que se manifestaban en todos los sectores sociales, y ante las aterradoras imágenes que los campos de exterminio habían dejado por doquier?
Fuerza y gracia (1922). Otto Dix.
Grosz manifestó que pintaba movido por la contradicción de poner su trabajo ante las narices de la burguesía para convencerles de que el mundo "es feo, está enfermo y lleno de mentiras". Dix también enfatizaba lo "feo" y las heridas que produce el contacto con la realidad. Tenían una línea manifiestamente moralista.
Grosz describía su obra gráficamente como ¡ un "forúnculo" en la nuca de la sociedad!
Crepúsculo (1922). George Grosz
Próxima entrega viernes 11 de agosto: El Arte de los 80 (1ª parte: "El placer de pintar")
Ajoblanco nº 46, 11.1992
Por fin una exposición del underground y de la contracultura de los años 70 en Catalunya. Fueron unos años de creatividad desbordante, sin cánones impuestos, vividos al margen de prebendas, partidos e instituciones. Las incoherencias del régimen franquista en su decadencia, la persecución centrada en los partidos políticos marxistas e independentistas, y la distancia geográfica que nos alejaba del centro neurálgico del poder, posibilitaron unas grietas por las que se coló una parte de la juventud inquieta y conectada con las corrientes contraculturales que llegaban de fuera.
Jaime Rosal era un tipo raro. Traducía a los franceses de la Ilustración (una gauche divine más bien olvidada), decía lo que pensaba y fumaba en pipa con delectación.
El Palau Robert prepara una exposición que reivindica la contracultura de los setenta.