Una vida quebrada a golpes. Toda muerte sacraliza, pero en este caso, al convertir el hecho en suceso, la prensa la ha distorsionado, quedándose con lo monstruoso, lo diferencial, oscureciendo a Agustín Rueda hasta robar su recuerdo a la gente que· lo trató. En este tipo de muerte, asesinato, muerto por algo o en nombre de algo es fácil caer en un olvido interesado o devenir héroe, fetiche de pocos. Agustín nunca quiso ser héroe. Trataremos aquí de acercarnos a su biografía y a sus escritos, para recuperar su imagen de hombre normal, que incluso muere de forma -aún más cruel y aberrante- «normal», porque es normal que cierta gente sea cruel y aberrante, y que la víctima sea un Agustín Rueda Sierra, trabajador y libertario.
Nació el 14-11-52 en una barraca de la Colonia de Sallent, pueblo minero con importante porcentaje de inmigrantes. Madre tejedora y padre minero que, con el drama de la miseria habitual en la época, no conseguirán algo semejante a un piso hasta el 56, concedido por la empresa. Esta Colonia donde nace será objeto de reflexión constante a lo largo de su vida; su pensamiento remitió a ella en todo momento. Acude a la escuela -otro hito- hasta el 8-7-66 en que finalizados los estudios primarios topa con su condición de hombre pobre: ha de conseguir trabajo. Cuatro años de aprendiz de matricero en una empresa auxiliar del automóvil (Metalauto entonces, AUTHI luego, al cambiar de propietarios. Ahora COM M ETASA Y) a 8 km. de la Colonia.
Es fácil adivinar los componentes del cuadro que le llevan a tener ya en esos momentos una conciencia inicial de explotado.
Por fin una exposición del underground y de la contracultura de los años 70 en Catalunya. Fueron unos años de creatividad desbordante, sin cánones impuestos, vividos al margen de prebendas, partidos e instituciones. Las incoherencias del régimen franquista en su decadencia, la persecución centrada en los partidos políticos marxistas e independentistas, y la distancia geográfica que nos alejaba del centro neurálgico del poder, posibilitaron unas grietas por las que se coló una parte de la juventud inquieta y conectada con las corrientes contraculturales que llegaban de fuera.
Jaime Rosal era un tipo raro. Traducía a los franceses de la Ilustración (una gauche divine más bien olvidada), decía lo que pensaba y fumaba en pipa con delectación.
El Palau Robert prepara una exposición que reivindica la contracultura de los setenta.