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Josep Maria Esquirol

Andrea Palaudarias/Pepe Ribas

Escribir sobre un maestro siempre entraña cierto pudor. Los verdaderos maestros te atraviesan, te forman, trastocan tu memoria. Resulta difícil saber quién eras antes de ellos. Recuerdas una sintonía inicial pero cuesta ordenar lo que vino después, discernir lo que ya estaba. Me ocurrió con mi profesora de literatura del instituto y volvió a sucederme años más tarde en la universidad, con Josep Maria Esquirol.

En sus clases una se encontraba prestando atención. La cadencia de su discurso, a diferencia de otros, invitaba a pensar. Los conceptos iban y volvían, siempre los mismos y siempre distintos, y así sucedía algo extraordinario: podías escuchar absorta y esa escucha, lejos de atiborrarte, despertaba un susurro propio. Nos reíamos durante sus clases: a menudo su sonrisa apenas insinuada se prolongaba en carcajada entre los alumnos.

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… Sus teorías forman más que informan, obran más que hablan. Cuando leí El respeto o la mirada atenta pense: este libro hace lo que dice, aquí se diluye la oposicióen entre teoría y praxis. Esta obra marcóel comienzo de su propuesta filosófica, que hace un par de años se concretaría como  filosofía de la proximidad en La resistencia íntima, ganadora del último Premio Nacional de Ensayo.

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Fotos: Ana Schulz

Leo un libro y me impresiona. Es un pequeño manual de filosofía próxima en que el discurso desmonta cualquier abstracción desconectada de la vida. «En vez del eterno retorno, volver a casa; en vez de la voluntad de poder, la resistencia íntima; en vez del superhombre, la proximidad; en vez del futuro, la memoria; en vez de la afirmación, la problematicidad.»

Desde la filosofía de la proximidad tratas la resistencia íntima ante la sociedad de la distracción, frente a la homogeneidad producida por el mundo tecnológico y por los lenguajes que nada tienen que ver con el cotidiano. Hablamos de la figura del Resistente. 

Se trata de uno quien, que exige una  filosofía del sujeto. Hay que recuperar la centralidad de quien, tanto contra la disolución del yo en muchos yos, como contra la disolución del yo en alguna totalidad impersonal. A diferencia de estos planteamientos posmodernos, mantengo la idea de sujeto resistente. Un yo resistente ante la erosión de los contextos que disgregan la individualidad, y un yo atento a su inacción degenerativa en las formas de egoísmo y de soberbia. El resistente tiene que ser un quien humilde, pero no en el sentido de *Nietzsche, donde el débil se somete y es una sonrisa, sino porque se sabe partícipe de la condición de intemperie, que comparte con los otros fraternalmente. La humilde voz del otro en el mismo nivel y en el mismo barco. Nadie por encima del otro.

¿Cuáles son las armas? ¿Cómo resistir en la intemperie? 

El resistente cree en algo. La absoluta desesperanza te aproxima al abismo de la nada. El resistente es alguien que sostiene la idea de que una cosa diferente es posible. Y esto no es una simple utopía para el futuro. La creencia del resistente tiene que ver también con el pasado. Es una memoria anamnésica. Una memoria que tiene que ver con el hecho de que el pasado todavía no está concluido. Esta también es la idea de Benjamin.

La fuerza más grande del resistente procede, incluso, de creer que el pasado no está cerrado y que, en cierto modo, todo está pendiente. El resistente es un sujeto humilde que cree en algo, que está con una cosa diferente. Y esta creencia se vincula a la vez con pasado y futuro.

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